Sigo hablando de la muerte porque se habla poco. Si se hablara más de la muerte, la gente no le tendría tanto miedo. Hay gente que ha saboreado la muerte: suicidas no muy convencidos de lo que hacían, personas que han sufrido un ictus, supervivientes de un desastre natural o un accidente de tráfico. Y esas personas agradecen tanto vivir por haber podido estar muertas, que da gusto verles cómo agradecen hasta la más triste migaja que les ofrece la vida después de haber sufrido algún incidente. Hubo un poeta antiguo que habló de la muerte de su padre. Lo hace en clave católica: esta vida es el paso para la otra que es eterna, dice. Es una manera de verlo, una manera que han compartido millones y millones de personas a lo largo de muchos siglos. Nos hemos hecho laicos, descreídos después de unas ideologías que han venido que han obviado a Dios, que lo han olvidado. Convendría volver a hacer que el ser humano tenga una raíz de la vida metida en el fondo de la muerte, en el fondo de la creencia en la otra vida para que la muerte no fuera tan áspera y difícil de digerir.
La resurrección.
Es hoy en día tan difícil creer en la resurrección que hay menos consuelo para la muerte.
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