Tú que vuelves del trabajo en un sucio autobús sin recompensa, hazte a la idea de que no habrá en tu vida fotografías, discursos ni alabanzas que digan algo de tu esfuerzo diario de salir de la miseria. Es más, como descuides la parte económica de tu existencia, puedes ir al barro, al barro asqueroso de la exclusión social. Y así va todo en esta perra vida, de modo que hay que levantarse temprano para alimentar la boca y vestir el cuerpo para luego regresar a casa con una épica que no se cuenta en ningún sitio, pero tú bien la sientes. La épica del obrero, del taxista, del albañil no saldrá en los libros pero la hemos sentido todos a las 6 de la mañana en el tren de cercanías. Yo iba, profesor de alumnos necesitados, a esas horas a esos institutos a esas maneras de enseñar.
Madrugar y trabajar.
Dos acciones inapelables.
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