Se mueren gentes que antes estaban vivas. Claro, para morirse, el único requisito es estar vivo. Ha muerto hoy un actor, una alcaldesa, etc. Qué a gusto se quedan los muertos, si lo miramos así: ya no tienen que afeitarse, lavarse, despertar de estar dormidos. Ya duermen para siempre. No hay que tener miedo a la muerte. Solo es el acontecimiento final, como el que va a la última fiesta de su vida. La muerte nos libera de la vida, de los esclavismos que tiene la vida. Se nos exige un estándar de ir por la vida sin desentonar. Se nos exige ir limpios, se nos exige ir bien vestidos mientras estamos vivos. Cuando nos entierran, se olvida todo, se pasa de todo. Nadie es tan pasota como un muerto. Nadie se queda más tranquilo y relajado que un muerto. Y si el muerto descansa de una enfermedad larga, mejor está muerto muerto que muerto en vida. Viva la muerte, dijo un general. Viva la muerte si con ella descansamos de una vejez moribunda o de una enfermedad asquerosa.
La muerte.
Esa señorita solitaria que se va con cualquier vivo.
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