Y llegué yo a La Latina andando desde Moncloa y me vi metido en un rodaje de una película. Había algunos espectadores como yo a los que se les pidió silencio absoluto. Entonces, la cámara se dirigía a una pareja de enamorados que hablaban y hablaban por unos minutos y al final, se dieron un beso compromisorio. No conocía al director, un hombre grueso y feo que salió de su silla diciendo: "vale, vale". Luego, seguí paseando pensando si la vida no sería cine, no sería una comedia o tragedia en la que nos están grabando quizás para el más allá. Alguien nos está grabando, nos está cogiendo nota de lo que hacemos en la Tierra. Me fui pensando estas cosas cuando vi por una cristalera a la protagonista que se estaba poniendo tibia a gin tónica con otro chico que no era el de la película. Entré y miré directamente a la chica actriz: estaba escuálida, se reía como una posesa, espasmódicamente, se notaba que disfrutaba de un momento de libertad de los rodajes. Y yo pensé: también te están grabando ahora. Quizás con más detalle que el director gordo anteriormente. Salí del bar constatando la borrachera de la chica actriz y me fui hasta Móstoles en el metro sur. Allí descansé en un parque y, cuando hube meditado una media hora sin ver nada más que a un anciano, cogí un taxi y me vine a casa.
La Tierra es finita, el Cielo, infinito.
La Tierra es imperfecta, el Cielo, perfecto.
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