Rodar kilómetros con el coche me gusta mucho aunque hoy por hoy no pueda ser. Hay que levantarse a las 7 de la mañana para coger sitio en la playa. Luego, todo es un mogollón de gente en la arena y en el agua. Monótonas hileras de álamos mortales recorren las orillas de los ríos, allá en Castilla, donde los ríos socavan la arena adormecida. Me gustaría no escribir tanto y sí recorrer algún sendero tranquilo en la tarde de agosto estremecido. Oídos de escayola, no oyen la voz de los vencidos, no escuchan a los que miran la luz del sol a pleno día sin agua ni la sal de las alturas. Qué personas más insensibles a los olvidados, qué poca luz llevan en sus almas de cuervos. La vida, si se mira, es una desigualdad, es una envidia, es un deseo no cumplido.
Las piernas de los chóferes aletean y suspiran
por llevarnos en coche a la playa más salvaje.
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