Ha durado la lluvia cinco minutos escasos. En el pueblo, me encontré con amigos con los que charlar. Me tengo que cortar el pelo. Hoy me he levantado muy tarde. Un árbol de frutos purísimos, elegante, brota en el sur de los olvidados. Adobado de luz sueña un gigante lleno de paz y de verdad allende el mar, adonde nadie ha ido. Las penas de vivir se revuelcan en mi cabeza como relinchos tristes de un caballo herido. Mi padre, mi gran padre, tiene amigos allá donde va. El vaso para nadie ya yace en la encimera de la cocina. Venir e ir es actividad oscura, ardua, casi dolorosa.
Ser bastante ya es difícil en esta vida,
pues casi siempre somos nada.
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