Mis pulmones tienen algo de tenebroso. El hombre que yacía en la acera, vestido de ocasión, me premió con su imagen triste. Y nos quejamos de no ir a la playa. Ya iremos a la playa un septiembre de estos. No hay que alterarse por nada pues tenemos casa y comida, cosa que no tiene ni la mitad de la población. A flor de labio de mi boca ya gastada surgen los días iguales pero no hay que preocuparse pues se puede ir a Madrid en bus y pasarlo bien viendo a los que peregrinan en pos de algo sagrado, en pos de una quimera melancólica que muere a ras de suelo, que atraviesa las paredes de las desgracias y nos deja tendidos como gatos famélicos y sumisos al familiar más atrevido que quiere dirigir tu vida, que quiere tu dinero, que quiere más y más.
Los tenues brillos que surgen de sus ojos muertos ya
vienen a decirte que quieren tu casa y tu vida.
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