Tengo que hacer caso al cuerpo, dijo el director, y salió con prisas del escenario. Todos nos quedamos un tanto sorprendidos y esperamos. Al cabo de un tiempo no muy sostenido, el director volvió con un rostro aliviado. Se rodó la escena, hubo descanso, nos comimos un bocadillo y yo le dije a Fermín, que también hacía de secundario: es la primera vez que oigo esa expresión para esa necesidad. Fermín me dijo: yo ya la había oído pero en inglés, cuando estuve en América. Yo le dije: a lo mejor, el director ha estado en América, la de los yanquis. No lo dudes, me respondió Fermín. Y me dio envidia de los dos pues yo era muy poco viajado. Me tocaba actuar en una escena de mucho odio y de caras cercanas. Lo hicimos bien la actriz principal y yo pues la toma fue válida. Yo interpretaba a un conde que hacía la vida imposible a una noble. El director me decía que siguiera en ese tono y tal, que así iba bien y yo, venga, duro y dale, cara de odio, sarcasmos e insultos velados, amenazas al oído de la bella protagonista. Me lo estaba pasando en grande pero mañana me moría. Me pasaba un carruaje por encima, después de herido de bala. Tendría que buscar otro empleo por los circuitos del cine justo al día siguiente. Tenía que dar de comer a Elisa, mi mujer y a mis dos retoños, que no entendían de atropellamientos de carruajes. Al tercer día de buscar, conseguí un papel. No era muy vistoso, pero me daba para un par de semanas: un esbirro, un papel tranquilo pero también moriría pronto. Parece que me muero muy pronto últimamente en esto de actor secundario.
Dormir es como darle tiempo al día;
duerme un poco con luz, dale más tiempo al día.
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