Hoy he leído el periódico. Noticias que no me llegaban. Artículos que hablaban de cuestiones extrañas. Pero he cumplido una hora leyéndolo. El fulgor antiguo del aceite, cuando era barato, amenizaba todas las cocinas españolas. Hoy en día, ni la fe ni el buen corazón de la gente vale un pimiento. Media hora esperando ayer el autobús. El corazón, como si estuviera entre el musgo, late silencioso, cadente, al compás de los segundos que le hacen viejo. Cuánto padecer para poder decir: por lo menos estamos vivos. La fría soledad del que padece la vida no la nota nadie, ni siquiera los más cercanos. Esta mañana he visto una viejecita fumando. Iba por la acera, andando y fumando, andando y fumando sus últimos días en el mundo. Quizás hoy sea un día para poder reír un poco pero no sé de qué. No hay risas por el barrio. Todo se ha vuelto gris como en la dictadura. El lunes voy al pueblo. Espero pasarlo bien. Desconectar, como se dice ahora.
La vida me rodea con el esplendor de algo perdido.
Es duro recordar la vida que fue y lo de ahora.
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