Llegar a un sitio nuevo es estimulante pero estar días en él, no. Así les pasa a los turistas, a los turistas que no tienen pasta para pasar de un continente a otro, volar de Tailandia a Madagascar y de allí a Kenia, por ejemplo. Los turistas baratos pasan unos días casi asquerosos a partir de los tres días que ocupan destino, comen mal, están ya hartos del mismo paisaje, de la arena y el agua de mar, de la sombra y el sol, del hotel, del paisanaje, de los bares con roña y óxido por el salitre continuo, donde les clavan como a Cristo. Pobres turistas, que mal lo pasan y cuánto añoran la casa inicial, la casa patria que dejaron atrás para sufrir estas inconveniencias del turisteo. No sé si será así pero yo, cuando antaño iba 7 días de turista, a los tres ya pensaba en volver como una bendición y contaba los días que quedaban. Recuerdo especialmente esos días en Gijón, una ciudad hostil al forastero. O recuerdo esos días en la ciudad de Alicante, que ya no sabía dónde ir. En fin, el turismo es lo que tiene: mucha novedad pero también mucho inconveniente. ¿Que no?
Turismo sí, pero moderado, que se quepa en el mar y en la playa.
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