Más allá de nuestro sueños, esos sueños que tanto se repiten en redes sociales, está el futuro incendiado de nuestras vidas. Nuestra boca es fría en plegarias, no pedimos nada a Dios, no sabemos quién es, no nos asustamos de Él. Hay una exactitud mortal en querer ser esa persona que vemos en las revistas, esa que vende su imagen de mujer u hombre bonito sabiendo nosotros que esta vida es para sufrir. La espectacular monotonía de los días en el puerto, donde ondea la bandera blanca, es ya algo olvidado y tonto, como el cantante, como los perros de aguas, como los osos blancos, como la fe de nuestros mayores. Piensa un número y di si ese número lo quieres para contar tu cuenta corriente, tu relación de mujeres que se acostaron contigo, el montón de días que cometiste un delito continuado o los números de la once que jugaste bien jugados. Y te saldrá un número final: el montón de días que te tiraste haciendo lo que no querías, en una ristra infernal que te reconcome por dentro porque tú aspirabas a ser uno como Banderas que sale en las revistas ganando dinero solo con su imagen. Y te vendrás abajo por no ser el Conde Lequio u otro como el conde Lequio u otro como la princesa del pueblo u otro como un torero sin toro, etc. Y llorarás porque tienes que trabajar y tú no estás hecho para el trabajo. Eres un señorito que da voces y llora.
Da miedo ser un hombre que da fe de todo lo que grita.
Las injusticias en el mundo necesitan respuesta.
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