Había una vez un escritor que, cada vez que se enfrentaba a la página en blanco, no se le ocurría nada. Lo pasaba fatal ante la cuartilla sin rellenar. La verdad es que su imaginación se había quedado atrapada en la ciudad, en sus supermercados, en sus parques, en sus callejuelas del vicio y la perdición y, cada vez que ponía el folio delante de él, se ponía malo, no surgía la imaginación suya tan poderosa cuando salía a la calle. Y le llamó el editor. Y él contestó: tengo una página en blanco que me ha hecho sufrir mucho. Es todo lo que tengo. Mi malestar está allí, en esa página maldita pero querida; en esa cuartilla del demonio que no me hace caso cuando me pongo enfrente de ella. Y le publicaron la novela que consistía en esa página en blanco que tanto dolor había hecho en el escritor. Solo tenía un añadido esa página en blanco: esta página me lo ha hecho pasar muy mal. Espero, lector, que la aprecies como aprecias las historias de otros escritores.
De las mesas surgió un rumor lento y oscuro.
La vida se quedó parada ya para siempre en un momento serio y duro.
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