Los días malos, creo yo, me preparan para cuando llega un día bueno disfrutarlo al máximo, creo yo. Pero también los días malos, creo yo, sirven para que me acuerde de los que se lo pasan bien y también de los que se lo pasan peor que yo, creo yo. Los días malos, creo yo, son como un aviso, como un susurro, como una advertencia que me está diciendo: no pases más días malos, creo yo. Pero mi enfermedad y mis circunstancias me dañan, creo yo, con estos días malos que hay que pasar y así, pensar en aquellos que lo pasan mal y no pensar en aquellos que lo pasan bien, creo yo. Y así va mi vida, con días malos aunque la gente me envidie porque cobro una pensión y no trabajo, creo yo, pero esos mismos que me envidian, creo yo, no querrían pasar ni un día con los tormentos mentales que yo paso los días malos, creo yo. Solo los estúpidos se fían de las apariencias, creen lo primero que ven, no saben nada y creen saberlo todo, creo yo. Y yo, mientras paso días malos me tengo que acordar de otros que están peor que yo.
Una pequeña ciudad amurallada es mi sentir.
Amurallada y triste en lo que encierra.
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