Si nos ponemos muy brutos, todo es señal de la muerte. Un reloj, por ejemplo, que nos cuenta el tiempo. Un hijo, que va haciendo viejo a los padres. Los muros del colegio donde estudiamos un día. Un cementerio. Una iglesia que siempre ha estado ahí, quieta, pero nosotros hemos estado cumpliendo años. Los cambios de la ciudad o del pueblo (tiendas y casas que se derriban y se hacen otras). Las cigüeñas que hacen su nido en la iglesia de ese pueblo, pueblo que ha ido cambiando mucho a lo largo del tiempo, ese vecino que ahora ves con cara de mayor, que antes no tenía. Esas enfermedades, esos cigarrillos en el cenicero, esas ganas de decir a la gente que ya no quieres seguir cumpliendo años, como dijo una del pueblo que se fue a Madrid hace mucho tiempo. Ese, no sé, ese tránsito invisible que casi se ve en el espejo cada mañana. Y no hay que asustarse. La vida es así. Si no pasara el tiempo, no podríamos vivir.
El paso del tiempo:
tema de la vida, de la literatura, de los curas, de las películas, de nosotros.
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