Hay un chiste que dice que se encontró al genio de la lámpara y le pidió: "hazme rico". Y se lo comió. Todos desearíamos ser ricos. Nos imaginamos la vida de los ricos en terrazas exclusivas donde los tratan como reyes: el desayuno de 80 euros, luego el aperitivo de otros 80 euros y así, suma y sigue hasta que se pasa el día de la mejor manera en playas privadas, volando en jet, comiendo muy bien. Yo hacía ascos a esta manera de ser de los ricos, tan reservada, tan lejana del pueblo e incluso de la realidad. Como dice una canción, era tan pobre que no tenía más que dinero. Cuando el acento está en el dinero no puede estar en el cariño ni en el amor al prójimo, base de toda comunidad. Los ricos piensan con el ombligo todo el rato, por eso no me gustan, solo se gustan ellos mismos. Yo no deseo ser rico, yo deseo ampliar mi zona de placer mundano con amigos con los que charlar. Si saben de libros, mejor.
Los ricos aman al dinero.
El dinero como toda idea a pensar es deshumanizante.
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