El bolsillo de un niño es como un diminuto jardín donde crece la vida que vendrá. Dejemos a ese niño que sueñe, que grite el futuro todas las veces que sea necesario. Hagamos un camino para esos seres pequeños que son grandes en un porvenir. La vida es de ellos, ya no tan nuestra. Que sean felices para que conozcan la infelicidad de otros y los quieran ayudar. Los niños se lo merecen todo en estas épocas de incertidumbre. Que sueñen lo imposible por hoy: desaparición del hambre, que no haya guerras, ni apagones, y que quieran minimizar el dolor de corazón de otros. Hagamos que los niños sean solidarios como las hormigas y esa será la solución a este mundo tan opaco, tan inmisericorde, tan duro como la piedra dura que habita en las entrañas de la Tierra.
Los niños son la solución a nuestros problemas.
Pero los niños solos no valen. Viva la educación.
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