Por los letreros me dirijo al sur, adonde no va nadie, ni siquiera Víctor Manuel y Ana Belén. Me dirijo al sur con la mente pues yo estuve en el sur algunas veces a dar clases de latín a una rubia compañera de universidad. Compraba en el kiosco, a la salida de su casa, un cigarrillo suelto y me dirigía, en pleno agosto, al autobús que me traía otra vez al norte, a ese norte de cuatro pisos. No entendía ni las declinaciones ni los adverbios pero se lo pasaba bien conmigo. Ella, rubicunda como el trigo, decía: yo me parto. Y yo le decía: no te partas que luego hay que juntarte. Con el dinero ganado por horas le quería yo invitar a una comida y ella dijo que no. Malditas clases de latín clásico en Aluche.
Yo he andado por ahí bastante.
Y de los lugares se aprende como de los libros.
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