Me voy a poner a leer. Leyendo, se pasa el rato bien. Estoy con una novela de Pío Baroja y la de María Dueñas. Aquella ciudad vibraba con un estremecimiento de sol en lo alto. Era una ciudad alejada del centro, de los estreses, del tráfico. Esa ciudad brillaba como brillan las espadas, como brilla la cara de un niño. Con toda su amargura, mi vida merece ser vivida. Con todo amor, mi vida es para alguien. La sombra de la flor recorre mis andanzas en la tierra. Ya no es tanto contestar a la pregunta como la pregunta misma que no hay que contestar. Los dioses bajan a la tierra desnudos, malheridos y pobres en sórdidos arrabales, en el metro de Madrid, en la Puerta del Sol y se mecen como bambúes dulces, como dolorosos entes espirituales.
Tu cuerpo inmenso tortura lo metálico, lo esquivo, lo irracional
para volverlo el fin último de tu vida, el sonoro viento que mueve tu barca, la podredumbre de que está hecho ese gran cuerpo pútrido.
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