A través de unos hechos he podido constatar que todos nos aburrimos en estas fechas, estemos en la ciudad o estemos de vacaciones en el sitio más idílico. Es algo que va con el ser humano: al principio nos asombra todo. Al cabo de una hora, todo es igual que antes. El estrépito de los corazones latiendo se asoma ahora al horizonte más banal, a la capital de la monotonía. Los pulmones recogen bocanadas de humo inmensamente tóxico, lo gestionan dentro del pecho y luego lo exhalan demoniacamente. Las playas están llenas de huellas, llenísimas de plantas de los pies de los bañistas. Alguno se ahoga (es la ley de la probabilidad) y a alguno se le torra tanto la espalda que parece un cangrejo. Hay que andar porque estoy gordo. Hay que hacer ejercicio porque lo recomiendan todos los médicos del mundo.
Una sonrisa tan arcaica, tan señoramente dulce
no se alcanza fácilmente por estas calles de Dios.
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