En Cádiz, a estas horas, corre la brisa del mar, dándole una gracia a la tacita de plata que da gusto. Aquí también hay brisa y la gracia la ponemos nosotros, ciudadanos en pie. El cabello del aire se enreda en la hojas de los álamos, como en el poema de Neruda. Los barcos son más tristes cuando atraca la tarde. Estás tú tan distante. Mi pensamiento puede ser el mundo entero si las musas del Olimpo me acercan la metáfora y el arpa sonora. Lo dicho. Ahora, en Cádiz o en Málaga o en la turística Fuengirola flota dulcemente una brisa que los lleva a los turistas a la gloria de antes de nacer. Pero aquí también hay brisa, también y hay el dolor de no ser a rajatabla.
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