Voy a rememorar lo que supuso para mí, en mi pueblo, una demostración de amistad que todavía llevo guardada en la retina. Era el día de los santos y había bastante gente en torno al cementerio. Nos saludaron a mi hermano y a mí unos cuantos amigos y nos dieron el atendido y nos trataron afectuosamente. Estábamos todavía en el coche. Cuando yo salía y me dirigía a la entrada del camposanto, un vecino del pueblo de toda la vida que se llama Diego y estaba sentado, saltó como un resorte al verme y vino a darme el atendido. Yo le respondí preguntando por él y hubo una conversación. Creo que tendría que haber sido esta más larga pero no sé por qué se cortó y fuimos cada uno a lo suyo. Luego, viniendo a la ciudad, yo pensaba: le tenía que haber preguntado esto y lo otro, tenía que haber estado más atento con él, etc. Y todo se me hacía poco comparado con el afecto que me demostró Diego a mí.
Un vecino del pueblo
es un vecino del pueblo.
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