lunes, 22 de diciembre de 2025

 Hay una calle que se llama resignación. La he andado demasiado, la he pisado con calma, es una calle oscura y sin gente o la poca gente que hay me ha acompañado. El supermercado está lleno de esas gentes que, como yo, se ha quedado sin piscina, sin niños, sin ocupación de horas macabras, se ha dormido a la puerta de la vida. Los signos de la resignación son la cabeza gacha, el dolor de vivir y la quinta sinfonía de un músico sin corazón. Las tardes frías de diciembre se arremolinan en torno a la aceptación cruda de un sinsabor grande de la vida. La vida no sabe a nada esas tardes. La vida se congela como los langostinos esas tardes de una pesadilla leve, pero pesadilla al cabo.

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