La mañana anduvo mucho y me tocó el pie. De repente, fueron las doce. Sin lugar a dudas, el mundo cae en el reloj un tanto inerte y sin despabilar. Las golondrinas miraron con sus ojillos negros a las nubes y ya por la tarde, no fueron las de siempre. Kilómetros de cielo comieron mis ojos y vieron al avión. Iba muy deprisa, pequeño y pequeño. Otros kilómetros al norte me separan de una casa azul y serena, tranquila a las 3. Y, poco a poco, mi cabeza dio una vuelta, comió un bombón, cocinó un pollo y se largó por la puerta de los sueños dormidos.
Estamos todos somnolientos, harapientos,
deseosos de paz.