Tristeza sin guarida. Eso es lo que cultivan con furor algunos que nunca dijeron nada al prójimo. Van como fantasmas por la tarde y la noche. La mañana les asusta por su claridad. Miran a los lados con susto, no se les vaya a aparecer alguien que les haga hablar, ese ejercicio que nunca han practicado. Son gentes extrañas que quizás han tenido algún padre extraño que provoca en ellos estar a la defensiva, a la evitación del coloquio. No sea que se enteren de lo que piensan. Pero creen también con fervor que todo lo que tenemos los demás es suyo. Un coche, dinero, casas... Todo es suyo. Es lo que quieren de ti: no decirte hola sino lo tuyo. Son personajes muy egoístas. No dan ni la hora, ni un saludo, ni nada.
Se me está pasando el rato
hablando de otros, seres raros y cerrados.
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