La penilla se queda instalada ahí en el ventrículo derecho del corazón y late al compás de él. Y ya es difícil sacarla de ahí, de nuestro órgano sintiente. Y vamos andando o nos quedamos quietos y el latir se hace un tanto dificultoso, triste, desenamorado de la vida. La lejanía ya no nos aturde con su singularidad. Los demás son como cartones viejos que se repiten en un regüeldo asqueroso. Las montañas, los ríos y el mar arden de indiferencia pues tenemos esa penita muy dentro del corazón.
Antonio Machado fue un hombre apenado.
Quizás por eso, serio y sabio.
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