Se llamaba Inma y trabajaba como yo en un instituto de Alcalá de Henares hace ya bastante tiempo. Nos bajábamos en Atocha no recuerdo ya que día de la semana que salíamos a la misma hora. Y veníamos hablando en el vagón de la religión. Así, sin concretar en la iglesia ni en los curas. En el andén de Atocha, le dije: yo creo que el cielo es una conversación eterna. Ella dijo que no, que no era así si no que era muchísimo más bonito. Quedó la cosa ahí. Yo quería decir con lo de la eterna conversación la comunión de las almas y ella creía que el cielo estaba para saciar placeres sensoriales. Esta chica, Inma, una mañana, montó un circo en la sala de profesores del instituto, se dio de baja a los pocos días y se echó un novio gallego. No la vi más que un día en Villalba, donde vivía.
Los sentidos nos abandonan al morir.
Quizás otros sentidos nos asistan en la vida eterna.
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