Están cerradas las ventanas. No se oye ni a la urraca ni al gorrioncillo que anda por los jardines de la urbanización. El ambiente es tranquilo, esperando a que todo suceda, esperando a que dé la hora de irnos. Irnos de este mundo, irnos porque ya no se puede hacer otra cosa que mirar los álamos altos, mirar el cielo casi líquido, mirar y mirar las cosas que hay delante. La pena se acurruca en el corazoncito y ya no sale, se queda pegada a un ventrículo, creo que el izquierdo, y ya no sale esa penilla negra que va haciendo el mal en nosotros, que va hurgando la voluntad nuestra, que roe el deseo que tenemos todos alguna vez de reventar como un globo muy grande.
La vida está hecha de penitas feas
para que no nos durmamos en la mañana.
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