Un fruto, en su fondo, es donde está más sabroso, más a la sazón, más pringoso y acuoso. Se concentra en el centro de él, todo el agua que ha recogido la raíz durante su maduración. Pensemos en el centro de una sandía cortada en tacos. Qué delicia para el verano. Pensemos en un hombre que ha ido a la biblioteca de no sé qué ciudad antigua a desvelar un enigma histórico del siglo XVIII. Mirará libros y legajos y documentos muy antiguos y quizás firmados por algún rey influyente de la época. Pasará todo el verano sentado en una silla mirando letras de gente que rondaba el poder de aquel tiempo, quizás por el año de 1768. Cuando dé con el documento adecuado o varios de ellos, podrá decir al mundo que la batalla de no sé qué ejército a tal día de tal año, fue decisiva para que el reino de Hungría, por ejemplo, se hundiera en una crisis económica sistémica hasta principios del siglo XX. ¿Y para qué? Pues no se sabe, pero ese hombre ha disfrutado horrores desvelando el secreto de una crisis en un territorio. Ha estado como en el corazón de una fruta. Y habrá un artículo en una revista de Historia. Y el historiador será alabado y también será olvidado.
Hay gente a la que le gustan mucho los papeles.
A mí me gustan las novelas no muy densas.
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