Transito sin luz por las horas, absurdamente solo. Una rémora oscura y fea me detiene ante el domingo y el miércoles. He venido a ver sombras que desde lejos me advertían de mi triste vida. He estado sin saber qué hacer desde hace mucho. Tu pecho sabe a azúcar y tu frente se azulea del azul del cielo tardío. No me queda otra que salir a la calle y gritar mi grito penoso. El aire, más inmenso que el mar, está tranquilo y dormido como un niño, de una inmensidad tal que llama a las estrellas y a las copas de los árboles a un juicio total y decisivo. Yo iré allí donde tenga que ir y no me doblegaré a estúpidos bronces heridos.
Todas las cosas llegan a los cielos
para que allí reluzcan y se enciendan de verdad.
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