Te conozco bacalao. Creo que es eso lo que dicen en los carnavales de Cádiz cuando descubren quién lleva la careta. No es difícil averiguar quién va de una cosa o de otra conociendo el alma del que se disfraza porque el alma no se puede disfrazar. La gente es así y qué le vamos hacer. Pero una cosa. Que no salpique ni embarre a los demás. Diminutas confiterías vespertinas abren al amanecer para que los niños madruguen y puedan ver la aurora. No está la sartén para merluza. Quizás mejor unas sardinitas. En Majadahonda, los viernes y los sábados nos comemos unas cigalas como perros. Los domingos los dejamos para ir de excursión a la sierra y llenar el macuto de piedras para luego tirárselas a los forasteros. Los lunes trabajamos todos, ya sea remuneradamente o para pasar el rato, como hago yo ahora. Escribir es barato si uno quiere ahorrar. Pero si no quiere ahorrar, ahí están los desayunos del Wellington a cuarenta pavos. La vida transcurre quizás sabiamente, quizás alegremente, quizás tontamente, pero siempre, siempre, transcurre. Es lo suyo, que la vida transcurra. Viene ya el verano y podemos andar o nadar o rompernos la crisma. Todo depende de los deseos, los deseos son muy caprichosos y volátiles, justo como el dinero, ese bien escaso.
Nos vamos dando cuenta muy lentamente, muy lentamente
de que nuestras piernas ya no nos sujetan el esqueleto como antaño.
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