Desde allí te contemplo en pie y piedra, me cuadro como un militar esperando el saludo y rompo las urnas llenas de cenizas. No soy el de ayer, aquel confiado ser que andaba por la calle orgulloso de su cabeza. Iba por los bulevares y volvía a sus versos con la mochila llena de emociones sutiles. La muerte es el hueco sin luz de una escalera de unos pisos del centro, del centro de las horas pasadas. El aburrimiento toma el testigo de las horas cansadas y corre, corre como lo hace el viento del sur pero sin poesía intermediada. Solo hay una forma de matar el tiempo: escribiendo lindos versos a la luz vespertina de un encinar antiguo. Hay una colección de sueños lleno de bruma y cansancio. Hay que andar, andar a la miseria, pero andar.
Vuelan alarmas por radio y redes sociales y televisión:
nos cansan, nos sentimos odiados y odiamos a otros.
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