Por muy grande que sea el sol en lo alto, no alumbra los latidos, los amigables latidos del corazón. Madrid ayer estaba dulcísimo, con sus calles invadidas, con sus esquinas de siempre, con esa terraza quieta y llena de parloteo. Igual que una mañana o una tarde, vencimos claramente a la discordia y a la resignación. Serenamente vacíos, caminamos, entramos en sagrado, cogimos un autobús y llegamos a casa cuando no pasaba ya nada, cuando la luz del sol iba mostrando su derrota. Me sentí nadie o un número en Madrid, me sentí torpe e insignificante al andar, vi muchas cosas dentro de mí, el sol me condujo a una pequeñez desnuda. Madrid es un gran sumidero de soberbias, de pensamiento alzado, de creerse uno alguien.
Mis manos denegadas u ofrecidas a los papeles
tocan el cielo de los benditos, de los últimos, de los de la cicatriz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario