La tarde trae la muerte del sol y el descanso del día entero. Como si estuviéramos al pie de un castillo donde hubo destrucción y aceleramientos y batallas y soldados antiguos. Es la ley del día. Amanece con mucha confusión en la cabeza, con mucha preocupación que nos mete el astro rey mientras avanza. Luego, la comida. Lo no esperado que se impone. Luego, los problemas se disuelven porque cierra la administración y los ayuntamientos y los ministerios y las consultas psiquiátricas y la aglomeración de gentes pitando y voceando. Cuando llegan las ocho de la tarde, ya solo los aventureros solteros se quedan en la ciudad, llevando pasajeros, bebiendo en un bar, desfogándose con una mujer de la vida en una avenida inmunda. Y la noche ya está llena de drogadictos, borrachos, ladrones y gente que apura un euro a la luz de la luna.
Podría recordarte que no tienes gracia, que ya salió la luna
y que es tarde para mí. Pero tú erre que erre. Bébete la última.
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