Hay gente que reza el rosario. No tienen que ser beatas. No tiene que ser en la calle Ferraz. Hay gente, y siempre la ha habido, que tiene devoción por la Virgen y la sigue teniendo. Hay gente que es forofa de un equipo de fútbol. Quizás este sentimiento lo tengamos más claro porque hay fútbol todos los putos días del año. Pero yo pienso que las locuras que se hacen por el equipo de fútbol de turno son tan aparatosas que no nos deberíamos de sorprender de que un hombre o una mujer cualquiera vaya a una iglesia y rece el rosario. Es mucho más íntimo rezar que ser del Real Madrid. Es igual de fácil ir a un estadio que a una iglesia, pero en la iglesia no se dan voces, en la iglesia todo transcurre entre silencio y susurros. El fútbol, como dicen ahora, está sobredimensionado: no es tanta su importancia como se piensa. El rezo, la meditación, el pensamiento son tareas tranquilas, gozosas y renovadoras. Prefiero a alguien que reza que no que corea el nombre de un equipo de fútbol. Pero no conozco ni al uno ni al otro.
La soledad de los hoteles, la niñez evocada con pena
se han puesto tristes, se han melancólicamente mirado al espejo.
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