Cuando nadie sabía medirlo con relojes ni con sueños tranquilos ni con las alucinaciones propias de un trastorno mental. Cuando todo en la vida era un mirar a lo lejos, un saber dónde estaba la butaca y un mediodía grandioso. La lluvia lavaba la carretera y las gotitas caían por la cristalera. Parecía mentira esta lluvia después de la sequía que vino y vendrá. Se apretó la corbata y tomó un café muy oscuro y salió a la calle y ya no supo más de su persona. Por medio de las nubes mintió doblemente al destino. Ya no era él sino la sombra de un hombre que andaba por la ciudad. Dobló la esquina, tomó el metro y él ya no fue nunca más él. Ya las mujeres no eran ya más que el objeto del juego del olvido.
Había gente con aire muy urbano, con deseos materiales
que se esforzaba por ser de otra manera, que se rompía por dinero.
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