martes, 21 de enero de 2014

Otra vez la dura prosa que avanza lentamente cargada de ideas, de historias y a veces de nada bueno. En fin, voy a hablar ahora de cosas intrascendentes pues el mundo está llena de ellas. Uno dirá: "si está el mundo llena de ellas y las podemos ver, ¿para qué hablar de ellas?" Y yo digo: "no lo sé" pero a veces merece la pena fijarse en esa taza que descansa en la barra del bar, con ribetes de café pegados en el borde, sugiriéndonos asco, asco de lo ajeno y el camarero la coge con desdén y la deposita en un lugar que no vemos y luego pedimos nosotros otro café y nos lo bebemos y la taza vacía pasa a ser la taza que había antes y que vuelve a sugerir asco en otro cliente que vendrá después.
Así es la vida en todos los niveles, no sólo en el nivel de las tazas de café de los bares: todo pasa, todo llega. La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más. ¿Qué lección de filosofía podría ser tan entretenida, tan escasamente cargante y tan triste y peliaguda?

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