jueves, 9 de enero de 2014

En el día, yo vivo dos ritmos distintos: por la mañana todo parece enmarañado y dificultoso quizás por la medicación que tomo por la noche que me deja la mente un poco confusa y no me deja espabilar. Por la mañana las horas pasan más despacio y tengo la obligación de hacer la comida por lo que me cuesta un poco pasarla decentemente.
Por la tarde, voy a tomar café y a charlar con un amigo y se me pasa una hora hasta las cuatro. De cuatro a seis, me paso dos horas pensando en cómo arreglar mis escritos y arreglando algunos además de leer textos que me pueden servir de modelos para mis escritos. Me desespero porque valoro poco lo que escribo, lo creo falto de la seriedad literaria que hay en otras novelas que yo leo.
Pasadas esas dos horas de estudio, me tomo otro café de premio por haber intentado al menos ser un escritor por ese espacio de tiempo y ya paseo hasta el pueblo de al lado o me doy otro paseo por la ciudad. La tarde es más libre, sin obligaciones que no sean las que yo me impongo.

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