Apenas existían los kilómetros. Todos ellos estaban ahí para recorrerlos. Eran otras épocas. Solo necesitábamos un mapa breve de los alrededores y nos sumábamos a la tira de gente que los domingos salían del centro hacia el norte o el sur. Sonaban los partidos de fútbol en la radio y las misas vespertinas. Sonaba el motor del coche comprado a medias. Sonaba un cascabel en nuestras cabezas que seguían con los ojos los carteles de las carreteras nacionales. E íbamos contentos, unas veces al sur, todo más pobre, y otras veces a la sierra, todo chalets que nos provocaban envidia. Y todo eso pasó para dar paso a tardes metido en casa, tardes melancólicas, sin tu risa resonando alrededor.
Era muy divertido enseñarte trayectos, parajes, sitios.
Para que supieras que existían al lado de una pequeña libertad.
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