Pasan las horas. En casa pasan las horas. No le hace gracia la TV. La pone y la vuelve a quitar a los pocos minutos. No tiene coche para hacer unos kilómetros y ausentarse entre el tráfico de la general. Un coche es muy caro. Tampoco le hace gracia subirse a un autobús que le lleve a un pueblo, él solo. No va a ningún sitio porque está solo. No ha despegado los labios en todo el día. Bueno. Sí lo ha hecho: frente al espejo mientras se afeitaba, pero no se ha dado cuenta. No le gusta esta soledad que respira, que sufre, que le aplasta. Los vecinos solo sirven para decir hola y adiós. La pena se le hace grande en el pecho. No sabe si robar algo para ir a la cárcel y allí tener compañía. Esas cosas se le ocurren. No sabe si esperar al verano. No sabe si ir al médico otra vez a decir que respira mal, que se ahoga. La soledad le está matando. Se siente estresado a cada cosa que hace. ¿Se hará la comida? Ya no se hace la comida casi nunca. Va al centro a comer. La tarde, una pesadilla de horas vacías. Está solo.
Tenemos gente a la que querer y que nos quiera.
Demos gracias a Dios por ello.
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