Las luces tibias de la mañana, como un bálsamo que cayera a la calle, inundan los troncos de los árboles, la calzada negra, las camas de los que duermen con la persiana levantada. Esa luz tibia se va colando por la casa en un dibujo de sombras y claridad que anuncia una tristeza, la simple tristeza de estar vivo. Y uno se pone a escribir qué está pasando por su alma esta mañana de lunes, qué sensaciones se crean con este pequeño resplandor casi absurdo que puebla las habitaciones. Y concluye que la vida es alegre, que la vida se asoma a la ventana con decisión. Y ya sales a la calle, andas, vas a algún sitio, los músculos se tensan y los ojos se llenan de la luz nueva del lunes.
Templados rayos del cielo
acuden al cuerpo, a las manos, al alma.
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