A través de las tardes de fútbol y el amago de crear unas historias que perduraran y me dieran fama, tú llegabas como un ciclón y con un coche muy viejo de color blanco y nos íbamos a algún lugar. Yo te tenía que enseñar cuál era el oeste y el sur todas esas tardes. Yo te tenía que enseñar como accionar el intermitente y la primera marcha y el uso del freno. Pero llegábamos quizás a algún castillo y a ti te gustaba andar por las alas del castillo y sentirte princesa del castillo y salir del castillo ya camino de casa. Y nos llevábamos un gran recuerdo de aquel lugar y de un beso y del camino de vuelta. Y ya en casa, el fútbol seguía sonando en la radio.
Qué tiempos aquellos.
Era como parar las horas a nuestros pies y hacerlas nuestras.
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