sábado, 5 de diciembre de 2020

 Los anuncios, si lo pensamos bien, dan mucha envidia. Todo son caras radiantes, todos sonríen, todos están satisfechos. Bailan, cantan mientras disfrutan del producto. Es una verdadera bicoca ponerte esa crema, echarte al pelo ese champú. Es lo que persiguen los anunciantes: que te mueras de envidia mientras otros comen ese jamón, van de viaje con esa compañía de vacaciones, etc. etc. etc. Y pensar que Gandhi, uno de los mayores pensadores del siglo pasado pensaba que eso era robar, que rodearse de cosas que realmente no necesitas es robar a los pobres. Bueno, podemos decir que Gandhi era un aguafiestas, un amargado. Pero lo que consiguió Gandhi es más poderoso que todos los productos que se pueden anunciar en un mes entero: consiguió la independencia de su país pacíficamente y dejó escritas palabras hermosas para el que las quiera leer. ¿Qué te ofrecen esos productos de los que se puede prescindir? Nada comparado con la sabiduría de esa gente que ha pasado por el mundo haciendo el bien y sirviendo de guía espiritual, político y humano. Leer a Gandhi para mí está bien, me gusta, me da sabiduría. Ir como un loco de acá para allá, comiendo esto y lo otro se dice que es disfrutar de la vida. Bien. Yo disfruto de la vida leyendo más que viajando y probando cosas. Yo disfruto de las enseñanzas de los sabios. Yo no quiero robar a nadie. Porque si pensamos en aquellos que no pueden comer, ¿con qué derecho disfrutamos de la vida, de la vida padre que te venden los anuncios?

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