lunes, 21 de diciembre de 2020

 Hace más o menos un mes, me llama Paco por el móvil diciéndome que está nuestro sobrino nieto en casa de mis padres. Yo no tenía muchas ganas de ir, la verdad, pero fui. Me siento el último del sillón. Mi sobrino se pone a darle de comer al niño. Mi madre y mi otro sobrino estaban por delante de mí. Mi padre  y mi hermano estaban enfrente. Como hacía más o menos tres meses que no veía ni a mis sobrinos ni a mi sobrino nieto, yo no sabía de qué hablar. Se ponen a hablar del negocio familiar, el taxi. Mi madre me insta incansablemente a que me coma un polvorón, que al final, como sin ganas. El niño va pasando del sillón a las manos de su padre. En el sillón, chilla como un condenado. Yo, como estoy el último, hago esfuerzos para hablar con alguien. Veo la cara de mi hermano, la cara de mi madre, la cara de mi sobrino. El niño chilla una vez más. Luego, le meten en su carrito y se calla. Se habla de cochinillo, de restaurantes, del niño, de otras cosas que no capto. Somos 6 personas y un niño que chilla y se mueve constantemente en un reducido espacio. Estoy deseando largarme. Dice mi sobrino: "pues nos vamos". Salto como un resorte. Me vuelvo a sentar. Nos vamos. Vaya desorden, vaya rollo. Era que mi sobrino le traía a mi padre un papel para firmar. Cuando no hay orden, las conversaciones no tienen lugar.

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