viernes, 26 de octubre de 2018

Una dentellada en la boca del estómago me ha hecho despertar a las 7 en punto de la madrugada. Me he sorbido agua con bicarbonato y el temor a sufrir otra, ha hecho que me levantara y empezara el día como pudiera. Me ha dicho el horóscopo que hoy voy a tener mucho sentido del humor y seré el centro de atención. Hay hoteles en Madrid que cuestan casi doscientos euros. Son muy luminosos y bonitos por dentro. Si yo fuera multimillonario, a lo  mejor me pasaría la vida de hotel en hotel, desayunando en terracitas y fumando cigarrillos después de tomarme un cruasán a la plancha o una barrita con aceite y tomate. Así todos los días. Escribiría en la habitación y después de un par de días me iría a otro hotel y me quedaría mirando por la tarraza el tráfico de una gran arteria de la capital, yo muy tranquilo, allí, rodeado de gente de pasta, con mi americana azul marino y mi camisa de cuadros muy pequeños. Y todos se preguntarían ¿quién es este?, no dándose cuenta de que sería un gran escritor conocido en todo el mundo por la gente que lee. Habría alguno que sí me conocería y entonces, hablaríamos de libros y de Valle Inclán. Y ese que me conociera sabría más de Valle Inclán que yo y me gustaría tanto hablar sobre ese escritor que le invitaría al tipo a comer allí en el hotel para que me siguiera hablando de los libros de Valle Inclán y de la vida de ese insigne personaje. A lo mejor resulta que era un gran catedrático de literatura o un doctor de los de verdad. Y ya no escribiría de putas y de mendigos, como vengo escribiendo, sino de toreros, de gente bien que duerme y come caro y tiene vicios que cuestan un riñón.

Es fácil soñar. Lo difícil es despertarse.

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