jueves, 4 de octubre de 2018

Estos días me levanto con la boca seca y la garganta rasposa y lamento haber fumado tanto el día de antes. Ando por la casa y me siento lento de mente y de cuerpo. Lo que me espera hoy no es gran cosa, pero aún así, lo veo difícil. No tengo ganas de vivir este día. Si pudiera pasarlo dormido todas las horas, me lo pasaría. Estoy deprimido. Pienso, mientras me fumo un cigarro que me consuela del estado lamentoso en que estoy, en escribir las novelas, en ir a Madrid a hacer unos recados y me parece demasiado.
Pienso también, en forma de obsesión, que no me sería posible ganarme la vida en estas condiciones. Luego pienso que por eso me dieron la pensión, porque yo era un enfermo de la mente, pero no me consuelo. Solo me consuelo fumando cigarros. Pienso en el dinero que tengo ahorrado y aún así, no se me quita la obsesión: no valdría para trabajar en estas condiciones de abatimiento y depresión. No paro de pensar en ello. Luego, pienso en mis novelas; no sé si tienen la suficiente tensión narrativa en su interior como para interesar a un posible lector. Pienso en leerlas y ver si tienen esa tensión, pero mi mente no me deja centrarme en su lectura. Solo de pensar en su lectura, mi mente se cansa.
Me sudan las manos y la primera novela que quiero acabar está sobre la mesa, pero no me animo a leerla, a ver si es buena. Y me quedan tres por acabar. Tendré que esperar a estar en mejores condiciones para ponerme a la tarea. A lo mejor mis novelas me darían de comer; o sea, las publicaría y se venderían bien y me reportarían un dinero, pero ese pensamiento y ese deseo se ve pronto arrasado por un pesimismo hondo: mis novelas no valen nada, no las puedo publicar.
He leído el periódico gratuito muy por encima pues no me centro en nada. He tomado un café para hacer tiempo. He visto a mi madre. He vuelto a casa y la novela del matón (porque el protagonista es un matón a sueldo) sigue quieta e intacta a mis ojos de lector crítico. Además, tengo que ir a Madrid por recetas y  por un libro de Psicología y no tengo fuerzas ni para pensar en hacerlo. Me siento como atrapado en una mente perezosa y lenta, cansada y apática que cualquier cosa que piensa, le echa para atrás.
A ver si este fin de semana me recupero y empiezo a hacer cosas que me entretengan aunque no valgan para nada más que para matar el tiempo. A ver si me monto un horario de hacer cosas y esta maldita depresión se va lejos. Me sudan las manos. La angustia no ha aparecido aún pero me canso de estar en este estado.

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