jueves, 13 de noviembre de 2014

Ayer vi una película. Era sentimental. De una cita a ciegas. Habló el autor antes de empezar la película. Dijo que la había escrito en un estado de depresión total. Pues no le salió tan mal y tan deprimente. Lo que pasa es que acaba un poco mal. Hay personajes que se quedan sin su pareja. Una de las afecciones que yo puedo sufrir por mi enfermedad es la puta depresión. Hoy me he levantado y me he cagado en mi puta vida, como hacía un alumno que tuve en un barrio de Madrid que daba asco. Este alumno sólo tenía doce años y ya se cagaba en su puta vida una y mil veces, era un renegado profesional de la vida a su temprana edad. Por algo sería. Luego me hice amigo de él porque le puse un cinco en un examen y se lo fotocopié para enseñarlo en casa. Me habló de lo bonito que era ir con su familia a un chino y comerse un rollito de primavera. Que le encantaba. Ese cinco que le puse en el examen le dio una moral inusitada en él y se creyó alguien un poco importante. Nadie le había aprobado un examen con anterioridad y había pasado de curso por imperativo legal todas las veces. Pasaba también de los profesores y de todo el rollo educativo. Yo lo vi coger a una chica sudamericana dos veces más grande que él y tirarla al suelo y pisotearla sin piedad porque se metía con él. Era muy duro el chico. No sé en qué habrá acabado pero yo le di moral y la opción de creer que los profesores podríamos ayudarle un poco. Me siento bien por eso, no por el cinco sino por haberle metido en la cabeza que no todo el mundo tenía que ser su enemigo.

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