jueves, 21 de octubre de 2021

 La gente que me conoce dirá: "a este le han dado una pensión y qué bien vive". Los más inteligentes se darán cuenta de que es un rollo vivir con muchas horas por delante y padecer una enfermedad como la mía. Quizás tengan en su familia un caso de enfermedad mental y no se atreven a calificarme a mí de vividor y jeta. Pero hay otros que sí, quizás porque querrían vivir mi vida pero sin tragarse 8 pastillas diarias, eso no. O de padecer obsesiones o angustias o ansiedad o miedos paralizantes o manías o dolores mentales que ni se imaginan. Ya digo: lo que a una persona normal le dura 2 minutos pensarla y echarla de su mente, a mí me dura quizás una semana. Y eso preferirían no vivirlo, supongo. Desearían no tener que madrugar para trabajar pero no hacer un seguimiento psiquiátrico, estar mal en las reuniones sociales, obsesionarse con temas quizás absurdos y no poder abandonar ese pensamiento en una semana, etc. Quieren la nuez, pero no quieren la cáscara y quizás me envidien y eso es lo que les mata. Pero yo no soy una persona normal. Tengo una enfermedad que no se ve más que a ojos de las personas con un mínimo de inteligencia.

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