lunes, 25 de diciembre de 2023

 Al día siguiente, ya era navidad. Y salió a dar una vuelta por la calle. Una calle archiconocida. Y no vio a nadie. Sin exagerar. No vio ni al hombre que se apoyaba en un macetón con árbol a beber cerveza al lado de la tienda china. No vio ni a los marroquíes que bebían cervezas en los bancos del parque. No vio a la señora que, apoyada en una muleta, salía todas las mañanas a comprar o a pasear. No vio a las chicas que alegres contaban sus rollos navideños. El caso es que, por no ver, no se vio a sí mismo. Y eso sí que le preocupó. Se palpó el cuerpo a la altura de una inmobiliaria a ver si él mismo era una realidad o era producto de una ilusión. Él creía que sí existía, pero una fuerza oculta y miserable le decía que no, que él no estaba en el mundo. Siguió sin ver a nadie en ese día de navidad. Siguió sin saber si él realmente existía. Se fue a casa muy confuso y allí, en casa, se le pasaron las horas muy lentamente, muy lentamente, hasta que adquirió existencia. Por poco no se muere del susto.

Extraordinariamente, no sabemos a menudo qué somos

cuando nos ponemos a pensar.

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