martes, 21 de diciembre de 2021

Voy a contar una historia que pasó hace bastantes años. El protagonista era un chaval llamado Poncio. Su padre era un potentado de la capital de un país llamado Parodia, poseía varias inmobiliarias y era propietario del 15 por ciento de las viviendas de la capital. Cuando Poncio cumplió los 12 añitos, su padre le preguntó: hijo, ¿qué vas  a hacer cuando seas mayor?  El hijo muy ufano contestó: seré el delantero del Imperial CF. Al padre le dio un escalofrió en el corazón y un pequeño calambre en el cerebro y amonestó a Poncio diciéndole que no todo era el fútbol, que hay que mirar el futuro, que hay que tener los pies en el suelo etc. Pero el hijo le calmó diciendo que estudiaría una carrera de gestión empresarial para supervisar los bienes familiares y que un buen jugador de fútbol debe tener estudios para que no se rían de él. Siguió diciendo que el Imperial CF era el mejor equipo del mundo y que su objetivo en la vida era meter un montón de goles para ese equipo.

La estrategia de Poncio no sería directa, jugando en un filial del imperial porque era usual ser cedidos a otro club, sino jugar en un equipo de menor categoría y allí mostrar su valía. Con 17 años ya jugaba de delantero en un equipo de una cercana ciudad a la capital y empezaría la universidad con un currículum impresionante. Su papá estaba orgulloso de él.

Su técnica, su bravura y su lucha en el campo de juego le hacían un delantero que metía muchos goles. Pero su ambición y espíritu competitivo le hacían amonestar a los defensas cuando se despistaban, cabrearse con el árbitro, chulearse y hacer cortes de mangas y humillar al adversario cuando ganaba su equipo y poner en solfa al entrenador. Éste le dejaba en el banquillo y le daba consejos, pero Poncio no hacía caso porque sabía que tenía al público en el bolsillo y pronto se oían los gritos desde las gradas " QUE JUEGUE PONCIO, QUE JUEGUE PONCIO" Al final el entrenador tenía que rectificar y Poncio, con gran resolución evitaba un empate o remontaba el partido con tres o cuatro pelotas que le llegaran. Pero su carácter no mejoraba, los compañeros de juego le temían, al igual que el entrenador y seguía con sus broncas que enardecían a las gradas, que lo adoraban.

A los 22 años pensó que era momento de escribir una carta al Imperial CF para solicitar el ingreso en sus filas. Cada día que pasaba sin correspondencia era un infierno para él. Al fin, un domingo por la mañana, con la resaca a cuestas del sábado, abrió el buzón de su correo y halló en él la carta tan deseada, prácticamente la destrozó de los nervios que tenía, el remitente era su amado Imperial CF. Le extrañó que fuera como un telegrama, pero pronto pudo leer: 

          El Imperial CF no ficha a PREPOTENTES

La rabia que le entró le hizo que saltaran lágrimas de sus ojos, tiró sillas contra la pared, rompió jarrones a puñetazos, destrozó todo lo que tenía delante...

Como los amigos que tenía estaban aburridos de él porque siempre hablaba de fútbol y no había noviazgo a la vista, una tristeza profunda anidó en él. Con la excusa de que se iba de fin de semana les dijo a sus padres y a sus dos hermanas que no le esperaran. Se dirigía a un camino sin retorno. Había oído hablar de hoteles cercanos a acantilados donde gente desesperada se despeñaba por ellos. Su objetivo en la vida no se pudo realizar. Su existencia no tenía sentido ya.

Fue al hotel. Reservó dos noches. Se metió en la habitación. Trató de mentalizarse para algo que le superaba, pero su mente y su corazón le exigían que acabara con su gran frustración. Abrió la ventana para despertarse con la luz del sol. Era una zona prácticamente deshabitada y no vio a nadie, así que por la mañana no habría mirones. Estuvo tumbado en la cama hasta que de madrugada se durmió. Una luz deslumbrante le despertó. Se dirigió hacia el acantilado como un zombi, pero cuando estuvo en el borde se acojonó, miró abajo y sintió como un gran mareo, se puso a vomitar, tenía miedo, se sentó, cogió aire y lo intentó de nuevo, pero ahora no tenía miedo sino pánico, veía las olas chocar contra la roca y le asustaban. No puedo, se dijo, tengo miedo.

Empezó a frecuentar pubs de su ciudad con clientes parecidos a él, solitarios, con ganas de escarceos amorosos, sin complicarse la vida y charlando con unos y con otros. Así se despejó poco a poco de sus locuras y empezó a conocerse a sí mismo. Fue reconociendo sus errores, su fanatismo y su locura de acabar con su vida.

A los cinco o seis años a Poncio le vemos convertido en monje de un monasterio enclavado en una gran montaña. Cada vez que oye las noticias deportivas, que sus hermanos escuchan en una pequeña radio, no puede evitar disimular una sonrisa burlesca al escuchar que el Imperial CF ha perdido un partido, una liga o una copa de Concentración de Interpaíses.

Participación de Francisco Moreno Herráez

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