sábado, 18 de diciembre de 2021

Me hacen gracia las personas que desprecian la lectura por simple de los libros de autoayuda. Yo reconozco que algunos son un poco extravagantes, otros pecan de tecnicismo y a lo mejor algunos son casi infantiles. Pero lo bueno de ellos es que se leen fácilmente y entretienen mucho, su lenguaje es ágil, aunque todo el libro no te diga nada algo siempre aprovecha, están llenos de sentencias de sabios, te orientan en algún sentido, te abren un poco la mente, aprendes cosas que no te cuentan los periódicos o los libros mamotretos y sobre todo son un gran auxilio para las temporadas en que tienes una mente empanada y necesitas un arranque para ponerte a leer. Reivindico la figura del libro de autoayuda porque alguien, en algún momento se preocupa de la gente y decide que puede escribir un consejo en forma de un libro entretenido, ameno y fácil de leer. He descubierto que aquellas personas que echan pestes de estos libros se descubren ante mí, al cabo del tiempo, como analfabetos funcionales, chulos de libros baratos de romances tontos de escritores ineptos, o payasetes que presumen de haber consumido filosofía de la buena, de esa filosofía que solo entienden cuatro gatos y que está caduca y no sirve más que para echarla a los perros. Sin embargo, aunque se tache de filosofía barata a los libros de autoayuda, es una filosofía para la gente, no para clasificar galaxias ni descubrir la estructura del sistema ontológico-enteléquico de turno.

Aportación de Francisco Moreno Herráez

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